Aunque han transcurrido varios siglos desde la última quema de hechiceras en hogueras públicas, decretada en el nombre de cristo y sentenciada por el tribunal de la santa inquisición, las brujas lejos de haberse extinguido abundan en nuestro mundo.
Las he visto gerenciando bancos, maquillando señoras, vendiendo cuarzos, diseñando vestidos, haciendo tortas, dictando clase en universidades, vendiendo hierbas, de cajeras en el supermercado, paseando perritos, leyendo cartas del tarot, cambiando pañales, conduciendo uber, pero ni su físico ni su personalidad coinciden con el aspecto brujesco. No comen niños, no viajan en escobas, no sueltan carcajadas espeluznantes, no tienen tratos con el diablo, y mucho menos tienen en el mentón o en la nariz una verruga gigante y poco estética.
Y aunque Ustedes no me lo crean todos los días encuentro una dentro del baño de mi habitación. Ahí está en ocasiones taciturna, en ocasiones alegre, peleando contra una que otra arruga facial o retocándose los labios con algo de lápiz labial.
Ahí me encuentro de frente con Ella todos los días, cuando mi amplio espejo me recuerda que yo soy esa bruja moderna y que he sido bruja durante los últimos tres mil años. Las brujas no son solo cosa del pasado, no viven en casas embrujadas, cuevas o lugares escondidos. En realidad, abundan por doquier y estamos más rodeados de ellas que nunca. Las brujas modernas, las del siglo XXI, saltaron de las páginas de los libros de historia, de las películas de Disney o de Harry Potter, y viven, trabajan, estudian y luchan en el día a día como cualquier otro mortal.
Son mujeres que andan todo el tiempo en modo “on” para la intuición y para la corazonada. Mujeres que rara vez se equivocan con las advertencias que lanzan a sus esposos e hijos, de cosas que solo Ellas pueden prever que pasarán, y que tal cual ocurren. Mujeres con poderes místicos, que saben de aguas y de remedios sanadores procedentes directamente de la naturaleza, o que simplemente nos ayudan a superar momentos difíciles y a evitar otros, con sus consejos y con su sabiduría, que sabrá el mismo Dios de dónde la obtuvieron.
Ya no las persigue tanto la iglesia, ni las condenan a la hoguera pública, aparecen en la televisión leyendo el tarot, sentadas escuchándonos en el rol de psicólogas, y algunas son más visibles que otras. Lo que si es seguro es que las brujas siguen existiendo, aunque no todas las mujeres son brujas. Algunas son brujitas innatas y nacieron con capacidades maravillosas como transmitidas por algún gen especial de alguna de sus antepasadas, otras en cambio, dieron forma a su poder natural mediante el estudio y la formación en asuntos espirituales o esotéricos. Muchas brujas sólo son mujeres que creen en su voz interior.
Las hay pobres o ricas, altas o bajitas, jóvenes o ancianas, europeas, africanas o suramericanas, las hay de pensamiento libre y las hay seguidoras de algún culto en particular.Y cuando hablo de cultos religiosos de las brujas debo mencionar a las diosas o deidades de lo mágico, de la vida y de la muerte, de la cosecha, de la mestruación, de la abundancia, o del bien y del mal, que fueron catalogadas por sus seguidoras como “Madres Cósmicas”, dependiendo de la época planetaria en la que tuvieron auge.
Me refiero a Hécate en la mitología griega; Inanna, en la sumeria; Kali, en el hinduismo; Cerridwen, en la tradición precristiana galesa, la diosa celtibérica Ataecina, o a la gran Iyami Osorongá, de la religión Yoruba Africana.
Las brujas modernas no contamos con libros sagrados como guía, tampoco tenemos un templo religioso que nos congregue, y por el contrario cada una realiza su ritual sagrado en la comodidad de su hogar o en el majestuoso bosque. Cada una camina su sendero de transformación espiritual, en el que los rituales son mecanismos para conectarse con el poder universal de lo femenino y del inconsciente colectivo que todo lo sabe y que todo lo ve.
Con el cristianismo y el machismo predominante en la sociedad las mujeres perdieron sus cultos matriarcales, el acceso a la sabiduría pagana, a las fuentes de poder, y al contacto trascendental con la naturaleza. La gran y muy buena noticia es que hoy en día “ser bruja” es algo que se puede aprender, y para ello existen escuelas de formación holística, esotérica y espiritual donde los alumnos (hombres y mujeres) se preparan para un maravilloso viaje espiritual de autoconocimiento, transformación personal y ayuda a los demás.
Las disciplinas que estudian en estas escuelas van desde el tarot, reiki, rituales y hechizos, proyecciones psíquicas, masaje terapéutico, homeopatía, cristales, radiestesia, y aromaterapia, entre muchas otras. Desde tiempos ancestrales las historias de brujas siempre causan fascinación, porque ellas desafían la realidad meramente lógica y física, haciendo posible lo aparentemente imposible y denotando un poder fantástico que solo ellas pueden tener.
Ser bruja, alquimista, clarividente, tarotista, adivinadora o sanadora no es malo, no se le hace mal a nadie. Lo malo es continuar con los juzgamientos basados en el temor a lo desconocido o a los dogmas religiosos que quieren satanizar el poder natural de lo femenino. Llegó la hora de romper esquemas, la hora de posicionar a la mujer como sacerdotisa, guía y sabia. Es el tiempo para la intuición, para el despertar de los poderes negados y ocultos. Llegó la era de las brujas y brujos.
Bienvenidas todas.
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